viernes, 29 de mayo de 2009

La "Guerra de las Falacias"

En la entrada pasada, comentaba que la participación sobredimensionada de los alumnos en las evaluaciones docentes, únicamente servían para crear climas de complicidad; en los que, vicios contrarios a la búsqueda de la excelencia y la virtud, podrían florecer con facilidad. El día de hoy, continuando con lo que he venido haciendo en las últimas entradas, intentaré mostrar otra casa dañina de tales evaluaciones, cuando a éstas se le añaden nuevos ingredientes, también destinados supuestamente a supervisar el trabajo docente.
En algunas universidades privadas de nuestra América Latina, se ha impuesto la moda de establecer, a veces de manera velada, otras de manera abierta, ciertos parámetros de medición de desempeño docente que tienen que ver con los índices de reprobación y con el promedio global de la clase o grupo en el que realiza su labor. Así, por ejemplo, una institución puede decir que un buen docente es aquel que reprueba a menos del 3 por ciento de sus alumnos; y que su grupo obtiene una nota o calificación promedio de 85 por ciento de la escala que se utilice.
El primer problema que presentan tales parámetros, es que parten de la idea de que no hay malos alumnos, sino únicamente, malos docentes. Pero, además, de que la maldad del desempeño de un maestro, necesariamente se refleja en el promedio de calificaciones de los alumnos. Sin embargo, lo peor es que, la mayoría de las veces, lo que esos parámetros están buscando, es disminuir el número de "clientes" que se pierden por causas académicas. La mayoría de las universidades privadas en América Latina, prefieren conservar a un alumno que pague bien, aunque sea malo académicamente; y sólo dejar ir a aquellos malos "clientes".
Así las cosas, con tales parámetros establecidos, en adición a las evaluaciones de los alumnos, la mesa para que se escenifique la Guerra de las Falacias, una cinta de corte cómico-dramático, está servida. ¿De qué se trata esta "película"?
En mis más de 18 años como docente, ha habido una gran cantidad de alumnos que me reclaman, unos de forma más airada que otros, porque les coloqué una nota que consideran baja, en relación a su desempeño. Pero, jamás, nunca, me ha sucedido que alguien me reclame por haberle puesto una nota que considera superior - y seguramente, si me he equivocado, como efectivamente lo he hecho, en un sentido; me debo haber equivocado en el otro -.
Entonces, con los parámetros en mente, más la amenaza de resultar mal evaluados y con ello perder su fuente de ingresos, muchos profesores - ¿tal vez la mayoría? - elevan artificiosamente las notas de sus alumnos, para poder cumplir con facilidad con los límites establecidos como deseables por la institución. Obviamente, a ese docente, le resulta conveniente porque se creará, a su al rededor, la imagen de "buen profesor"; según los criterios establecidos por la misma universidad. ¿Qué pasa con los estudiantes? Nada, ellos resultan también muy favorecidos por lograr notas altas; porque, no importa si aprendieron o no, la calificación es lo que les permitirá tener contentos a sus padres, por un lado; y a la larga, por el otro, recibir un título universitario.
Los padres, al ver las notas altas de sus hijos, tampoco se preguntarán si aprendieron realmente o no. Para ellos es suficiente saber que sus hijos, todos, son unos genios que siempre reciben calificaciones elevadas. Así es que, nunca sospecharán nada extraño. Tampoco lo harán las autoridades universitarias. Por el contrario, en el mejor de los casos se "tragarán" el cuento que ellos mismos se inventaron, y pensarán en lo bien que funcionan sus cosas en materia educativa. En el peor, estarán muy contentos de no perder "clientela"; menos aún en estas épocas de crisis.
Pero, ¿qué hay de las autoridades gubernamentales?, ¿no deberían estar los gobiernos preocupados porque sus universidades estén otorgando notas elevadas sistemáticamente? Para nada. También ellos se benefician de esta cadena de mentiras. También les resulta conveniente la apariencia de que se vive en un país de genios; aunque, las realidades en materia de salud, justicia, democracia, vivienda, empleo, producción, etcétera, digan todo lo contrario.
Así las cosas, la Guerra de las Falacias continuará reinando, perpetuándose al infinito, y atentando contra toda posibilidad de generar auténticas universidades en nuestros países; con las consecuencias sociales que ello implica.
Hasta aquí la reflexión del día de hoy. Para la próxima, hablaré un poco sobre el uso patrimonial que algunas autoridades universitarias, particularmente rectores, hacen de los recursos universitarios. Gracias por su atención.

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