lunes, 25 de mayo de 2009

¿Clientes o alumnos?

Este blog está dedicado a pensar en torno a lo que las universidades privadas en América Latina deberían hacer, si en verdad desearan cumplir con su responsabilidad social en el presente. Para tal caso, he venido desplegando un modelo basado en la idea de que la investigación y no las colegiaturas (pago que los alumnos hacen para estudiar), debería ser la fuente principal de financiamiento de estas casas de estudio; y en la idea de que el esquema socio-laboral de "práctica", ofrecido por MacIntyre, es la forma más conveniente de organización para esas instituciones; idea, en la que las nociones de "virtud" y "excelencia", son centrales.
Desde el trasfondo de dicho modelo propuesto, he venido realizando algunas críticas a determinados comportamientos que se han venido haciendo habituales en las universidades cuyo financiamiento es privado, en América Latina; y que parecen atentar contra la posibilidad de la virtud y la excelencia en estas instituciones. Uno de esos comportamientos es el de considerar a los alumnos, no como tales, sino como "clientes".
El Dicionario de la Real Academia de la Lengua Española, nos dice, en su primera acepción, que un alumno es: "Discípulo, respecto de su maestro, de la materia que está aprendiendo o de la escuela, colegio o universidad donde estudia". A la vez, nos dice que un discípulo es la "Persona que aprende una doctrina, ciencia o arte bajo la dirección de un maestro". ¿Qué nos dice con respecto a la noción de "cliente"? Nos dice que es la "persona que utiliza con asiduidad los servicios de un profesional o empresa". Basados en esas definiciones, podemos entonces afirmar que la idea de cliente es más pobre en su sentido, que la de alumno o discípulo. ¿Por qué?
Una primera deducción meramente lógica, nos muestra que si bien todos los alumnos pueden ser comprendidos por la idea de "cliente" (son personas que utilizan con asiduidad los servicios profesionales de sus profesores); lo contrario no ocurre; es decir, no todos los clientes son alumnos. Por tanto, no existe en principio una equivalencia entre ambos conceptos. Más aún, el concepto "cliente" es mucho más amplio, más generalizante, que el de "alumno" o "discípulo". Pero, ¿qué es aquello que está de más en la noción de "alumno" o "discípulo", y que no cuenta la idea de "cliente"? Dos cosas: La acción de "aprender", por un lado; la presencia de un maestro, por el otro.
Si continuamos acudiendo al Diccionario de la RAE, nos encontramos que en la primera acepción de la palabra "maestro", aparece: " Dicho de una persona o de una obra: De mérito relevante entre las de su clase." Esto quiere decir que, si vinculamos las ideas de "alumno" o "discípulo" a esta noción de "maestro", podemos retraducirlas a lo que sigue:
Alumno: "Discípulo, respecto de una persona que tienen un mérito relevante, de la materia que está aprendiendo o de la escuela, colegio o universidad donde estudia".
Discípulo: "Persona que aprende una doctrina, ciencia o arte bajo la dirección de otra persona con un mérito relevante".
Lo que salta a la vista es, entonces, que los alumnos o discípulos lo son, porque están aprendiendo de lo meritorio de alguien más que es, en relación a ellos, su maestro. Pero, ¿qué es eso meritorio que los alumnos deben aprender? Su virtuosismo, es decir, su capacidad para hacer bienes excelentes.
Es esto lo que no implica la noción de cliente. Porque un proveedor puede ofrecer bienes o servicios mediocres que, sin embargo, tengan sus clientes: y la abundante y desproporcionada presencia de universidades "patito" o "de cochera" en nuestros países, que cuentan con un amplio número de "clientes", es el mejor botón de prueba de que ello es así.
Por tanto, si lo que estamos buscando es la excelencia académica, debemos preservar la idea de "alumno", "discípulo", "estudiante" o "aprendiz"; y evitar a toda costa caer en la tentación del uso reduccionista de la palabra "cliente" para referirse a los alumnos. Obviamente, ello significa revalorar, como he venido insistiendo con gran fervor, la noción de maestro o profesor en las universidades (ellos tendrían que ser, realmente, personas cón méritos relevantes).
Hay todavía un peligro mayor, sin embargo, en el hecho de considerar "clientes" a los alumnos. Ese peligro está encerrado en la frase: "el cliente siempre tiene la razón"; tan mentirosa como ampliamente extendida en el medio comercial y empresarial. A reflexionar sobre ese máximo peligro, dedicaré la próxima entrada. Gracias y hasta entonces.

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